La casa de Bernarda Alba llega a Escenarios del Mundo

La casa de Bernarda Alba llega a Escenarios del Mundo

Comienzo por imaginar como si Federico García Lorca estuviese aquí, en una noche en donde verá metamorfoseada una de sus doce obras escritas para dramaturgia, La casa de Bernarda Alba, esta vez dirigida por Carmen Vázquez y Angélica Galarza, para el festival, Escenarios del Mundo.

Esta noche un grupo de bailarinas de la Compañía de Danza de la Universidad del Azuay interpreta a aquella familia, a la que Lorca veía desde su casa, a esa vecina envuelta de telares oscuros, a Doña Bernarda, la viuda.

Y también veía sombras, esas sombras negras, oscuras, marcadas por un odio, el odio a la madre, veía a las cinco hijas de Bernarda.  Todas ellas atrapadas en el matriarcado de su madre, en su casa, en sus reglas y en su luto, luto que duraría ocho años. Y más allá de aquella brecha entre el teatro y la realidad, Lorca decía a sus amigos: "Mirad, mirad, ni una gota de poesía. Es la pura realidad".

Esta noche aquel cuerpo desaparecido en la Guerra Civil Española, se desempolva, se levanta, para mirar nuevamente a la familia a la que él llamaba “Un infierno mudo y frío en ese sol africano”.

Todo se ha teñido de rojo, y de repente se escuchan los sollozos y el llanto de Bernarda y sus hijas, que envueltas en trajes sombríos, expresan su pena por la muerte de su padre.

Mientras se acercan al escenario, la música cambia, y se transforma en una explosión que produce movimiento, ahora las hijas y Bernarda, bajan sus capas negras y todos los cuerpos danzan, siguen un movimiento de luz que fusiona las emociones de cada hija: la ira, la represión, el odio, la angustia y el rencor de la reclusión.

La obra continúa, y hasta ahora ya todos sabemos, la ira de las hijas y el control de la madre. Algunas se esconden y sufren, otras se burlan, pero todas huyen de Bernarda. Cada movimiento de las bailarinas evoca y sin palabras, el hastío del aislamiento.

De pronto, una palabra sale de la boca de Bernarda: ¡Silencio! Y todas las hijas comienzan a gritar, quebrantando la calma. Ahora todas dicen lo que piensan de su madre, ¡egoísta! ¡bruja! ¡sola! Bernarda enloquece, sus pasos se aceleran y los movimientos de sus hijas se han transformado una lucha contra la madre.

Lorca sigue aquí, mirando como el final se acerca, esperando expectante la rebelión de las hijas, quienes ya desesperadas por el autoritarismo de su madre y el impedimento de manifestar su sexualidad, bailan, y dejan caer sus vestidos para manifestar con sensualidad el prohibido placer femenino.

Luego cuando, las hijas ya han sido vistas por la madre, corren, se ocultan, puerta tras puerta de Bernarda. De repente, el escenario cambia, ahora la espesa neblina lo cubre, y como fantasmas, salen las hijas envueltas en vestidos blancos, la música acentúa el aire melancólico y lúgubre, pues una hija, Adela, se ha suicidado.

Bernarda lanza un grito que se tiñe de color rojo. Luego de los vestidos blancos, las hijas vuelven a los negros, para cubrirse, y seguir nuevamente a aquella madre, y a aquella familia, que continúa con su dolor.

Vemos de nuevo la luz, y ahora sólo se escuchan los aplausos, los silbidos, que acompañan a un grupo de mujeres que con lágrimas en los ojos, agradecen, porque lo han dado todo.